sábado, 2 de marzo de 2013

El funeral de un perro

  Hace días juega en mi cabeza la idea de la muerte de un perro. Un perro muere, y la descendencia, si la tuvo ni siquiera se entera o asiste al funeral. ¿Cómo es el funeral de un perro? Depende de la condición social del perro, o mejor dicho, del afecto, de la condición económica y social de su amo, si acaso tuvo amo. 

Si el perro muere de causa natural, de vejez, por ejemplo, habiendo tenido un hogar, es el recipiente de recuerdos gratos asociados con la niñez de los hijos o con la soledad de su dueño, la que llenaba con su presencia, su lealtad y sus manifestaciones de cariño. Tantos años de compañía no siempre se echan en el vientre del camión recolector de basura, se envuelven en un saco o una funda plástica, para acabar en un lugar solitario o sobre un promontorio de desperdicios, de los muchos que abundan en nuestra ciudad. Una minoría privilegiada de los perros muertos, ínfima, muy ínfima, acaba en un camposanto o un terreno baldío que dignifica lo que significó en vida todo el cariño recibido del perro muerto. Perros de ricos o pobres agradecidos que valoran lo bueno que reciben. 

Si el perro muere por accidente, digamos atropellado por un automóvil, puede desaparecer su cuerpo lentamente, molido, aplastado, destrozado, consumido por las llantas de múltiples vehículos que pasan sobre sus restos, destruyéndolo de tal forma que lo incorporan al asfalto y lo desparraman sobre la tierra, a fuerza de sol, agua, evaporación, secado, hasta que el cuerpo se diluye sin que quede recuerdo de lo que fue. 

Puede aparecer una mano piadosa que recoja los restos de una existencia y los lleve a un recolector de basura y de allí al vertedero, entre desechos de los tres reinos de la naturaleza: de ramas, hojas, arroz endurecido y habichuelas del vegetal; restos cárnicos de comidas hogareñas y callejeras provenientes del animal; y escombros de piedras, concreto y metales del mineral. 

El perro no tiene doliente de su propia estirpe; ignoramos los documentos que lo avalen. El perro no tiene familia que lo llore, ni esposa, ni hijos, ni amigos que lo entierren. Si realengo, ni amo que lo extrañe. No tiene partida de defunción ni registros testamentarios. 

La suerte del perro debería ser la de los políticos que nos han desgobernado. Por el cariño que brinda y la fidelidad con que sirve y acompaña, el perro no merece la suerte que le hemos dado. El perro merece un funeral, como lo merece cualquier político corrupto. 



Francisco Bernardo Regino E. 

Santo Domingo, 1 marzo 2013.

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